INSTITUTO CULTURAL DE LEÓN

Abrazar la subjetividad: documental mexicano contemporáneo

El cine documental es personal, entender esa cualidad y la visión del director como parte del mensaje es importante
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Christian Nájera Jiménez
El documental, como categoría cinematográfica asociada al registro más o menos directo de la realidad, libra una batalla constante contra la palabra objetividad. Las concesiones que como espectadores estamos dispuestos a otorgar a una película etiquetada de ‘no ficción’ son engañosas y similares a las que le damos a un noticiero o a un reality show. Esa delgada capa de verosimilitud en ocasiones nos impide apreciar la complejidad intrínseca del género.

El cine nació siendo documental y México no fue la excepción. Las primeras películas nacionales son actividades cotidianas registradas por los enviados de los hermanos Lumiére, entre ellas Le président en promenade (El presidente de la República —Porfirio Díaz— paseando a caballo en el bosque de Chapultepec). Con el paso de los años, al incorporar convenciones del teatro y técnicas de montaje, el cine desarrolló un lenguaje propio que perdura hasta hoy, siendo la base del contenido que encontramos en nuestros celulares. 

El primer paso necesario para apreciar el documental consiste en abrazar la palabra subjetividad. A pesar de que existe una tradición de registros que aspiran a lo antropológico y a la no intervención, el documentalista es una figura siempre presente. Decidir un plano es mandar un mensaje. Si el plano parece apresurado, cámara en mano, la acción misma de reencuadrar comunica lo vertiginoso del momento y la urgencia de capturarlo. Si somos conscientes de que la persona realizadora siempre está detrás, no solo de la cámara sino también de la estructura del montaje, nuestra perspectiva cambia. Considerar esa entidad invisible y omnipresente permite identificar ideologías detrás de los discursos, amortiguando al espectador contra el cine de propaganda. 

En los últimos años, la producción audiovisual se ha simplificado. La televisión, el video doméstico, las computadoras y los dispositivos móviles configuraron un ecosistema de medios en los que el contenido se distribuye de manera indistinta. Asimismo, los procesos implicados en cada una de estas pantallas son cada vez más accesibles, enalteciendo la figura del prosumidor (productor y consumidor) que además de asistir a la sala de cine, hace un video ensayo en su laptop para subirlo a YouTube o se une a la última tendencia de TikTok. 

Este paradigma ha propiciado un cine documental muy personal. Seguirán existiendo propuestas que aborden temas ajenos, que impliquen investigación y que resulten relevantes al abordar problemáticas sociales, pero también existe otro camino: aproximarse a los grandes temas a través de los vínculos más directos. Hace poco leí una opinión en Twitter que se quejaba de aquellos cineastas que hacen documentales con personajes que pertenecen a su familia. No podría estar más en contra. La estructura de suspenso y la complicidad con la protagonista que logra Yulene Olaizola en Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo (2008) se debe a que la historia de su abuela estuvo presente en las anécdotas de la infancia de la realizadora. La verdad dolorosa derivada de la adicción a las drogas y la violencia que transmite Eva Villaseñor en M (2018) hubiera sido imposible si el protagonista no fuera el hermano de la directora. 

La creación artística es una manifestación de la subjetividad. El terremoto del 19 de septiembre de 2017 en Ciudad de México fue punto de partida para Mi edad, la tuya y la edad del mundo (2021) de Fernanda Tovar, mientras que la pandemia de COVID-19 y los esfuerzos del personal de salud dieron como resultado el retrato intimista Desde adentro (2021) de Raquel Reynoso. Ambas directoras tienen como protagonistas a personajes de su familia y a través de la experiencia cercana, hablando de lo que conocen, logran una conexión emocional efectiva y una profundidad que en otras condiciones implicaría un largo proceso de acercamiento. 

Este cine, que podría ser considerado autorreferencial, en la medida en la que se hace consciente de sí mismo y de su inevitable condición subjetiva; entendiendo que no existe una sola verdad, nos acerca a un concepto planteado por Agustín Fernández Mallo, que en su ensayo Teoría general de la basura (cultura, apropiación, complejidad) trata de definir al realismo de nuestro tiempo:

“Las investigaciones estéticas, si no quieren caer en el mero informe del técnico a sueldo, solo pueden hacerse a través, en primer lugar, de lo personal; luego, más tarde, vendrá en apoyo de la obra todo cuanto tenga que ver con lo relacional. Lo personal no se esconde, es el camino que traza el artista, un camino único, la documentación de su propia experiencia. Nos damos cuenta de que lo personal y lo relacional están íntimamente imbricados en red, no pueden ser separados. Trocear, construir, caminar, dibujar, narrar todo eso es cartografiar una red. No hablamos de realismo al modo nostálgico sino de la construcción de una realidad alternativa y creíble, un Realismo Complejo…”.¹ 

Referencia

¹ Fernández Mallo, Agustín. (2018). Teoría general de la basura (cultura, apropiación, complejidad). Galaxia Gutenberg.