INSTITUTO CULTURAL DE LEÓN

El artista del hambre, un cuento kafkiano

En esta edición de Agua la boca, probamos un bocado de un terrible y asombroso cuento de Franz Kafka.
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María Luisa Vargas San José
Lo contrario del gozo, el sacrificio; del placer, el dolor. En el reverso del vicio está la virtud, la santidad, lo espiritual, la metafísica. El ayuno. Esto de ayunar parece ser que a los humanos nos pone muy espirituales —aunque a mí en lo particular me endiabla—, en casi todas las religiones del mundo no comer es un castigo, una expiación de pecados cometidos (¿o de los aún por cometer?), un acto de contrición, un sacrificio a modo de ofrenda. La purificación del cuerpo y el espíritu.

No comer cuando se puede, pero se escoge no hacerlo, es un signo de rebeldía en la mesa paterna, de sabotaje en una cena de gala, de grito desesperado como protesta extrema en una huelga de hambre. Hambre como castigo político, incluso como autocastigo en los retorcidos caminos de la mente… pero que aparezca un hombre cuya inspiración estética sea convertir el hambre en un arte, un ser vivo cuyo mayor orgullo y pasión consista en la belleza de no probar bocado y dedicar a ello su vida, solo en un cuento. De Kafka, claro. 

El Diccionario del Pequeño Larousse Ilustrado define lo kafkiano como “Una situación inquietante por su absurdidad o carencia de lógica”. Kafka y lo kafkiano están íntimamente ligados a los terrores surrealistas, a las pesadillas que invadieron al mundo que emergía de la Gran Guerra, la Primera, la horrorosa. Aquella para la que no estaba preparada la humanidad que había vivido dentro de la arquitectura del modernismo vegetal, floral, el fin de siècle, la belle époque que había danzado por las calles de las ciudades sin imaginarse los horrores que le esperaban. 

En 1911, Franz Kafka era vegetariano y vivía en la Praga orgánica de Alphonse Mucha, decorada con musas en los vitrales, en los carteles, en las escenografías de los teatros, en los frescos de los palacios y los hoteles, enjambrada con joyas de escarabajos y libélulas en los escaparates de las joyerías, la fantasía natural que rodeaba al estrecho círculo de Praga (Kafka, Félix Weltch, Max Brod) muta en insectos metamórficos, y Franz K escribirá  Consideración en 1913 y, en 1915, La metamorfosis.

En los primeros años de la guerra, Kafka sufrió el ataque personal de un enemigo debilitante, traicionero y lento: la tuberculosis, esa enfermedad tan cercana a los melancólicos, sangrienta y despiadada que hasta bien entrado el siglo veinte no tenía cura y que se llevó los pulmones y el talento de tantos artistas fabulosos; padecimiento que hará que Kaftka pase el resto de sus días entrando y saliendo de sanatorios y hospitales.

Además, en la Navidad de 1923 su pulmonía se agravó y terminó por instalársele en la laringe. Kafka, con la garganta cerrada, sufría grandes dolores al intentar tragar cualquier alimento, de manera que en sus últimas semanas se alimentó principalmente de líquidos. Como un mal sueño premonitorio, en 1922 publicó su cuento El artista del hambre, una historia cuya composición comenzó antes de que su garganta se cerrara. Finalmente, murió el 3 de junio de 1924.

Como toda su obra, este cuento es crítico, doloroso y absurdo; de una gran rebelión y deliberadamente subversivo. En El artista del hambre, el protagonista atenta contra la primera regla que tiene la vida para dejarnos permanecer en ella: comer. Esta es la historia de un ayunador profesional cuya ocupación cae en desuso en un mundo que pierde interés ante el espectáculo que ofrece; un apasionadamente enamorado del hambre que, a pesar de su dedicación y habilidad para resistir sin comer, enfrenta la falta de interés de la gente y la incomprensión de su arte, como pasa con casi todos los artistas.

En estos últimos tiempos, el interés por los ayunadores ha decaído muchísimo. Antes era buen negocio organizar grandes exhibiciones de ellos como espectáculo aislado, pero hoy es perfectamente imposible. Y es que eran otros años. Toda la ciudad se preocupaba entonces por el ayunador; su interés crecía a cada día de ayuno; todos querían verlo por lo menos una vez al día, y, en los últimos, no faltaba quien pasara jornadas enteras sentado ante su jaula…

Antes que nada, hay que aclarar que el ayunador estaba orgulloso de su oficio, “ni aun a la fuerza se alimentaría el ayunador, por una cuestión de honor profesional”. Acaso una visión del futuro de los trastornos alimentarios nacidos en nuestra sociedad de hiperconsumo en donde existe verdadera repulsión hacia el espectáculo de la glotonería, el gran pecado contra la estética moderna.

Nadie podía pasar días y noches ininterrumpidos de vigilancia junto a él; nadie, por tanto, podía saber por experiencia si había ayunado cabalmente y sin falta; sólo el mismo ayunador podía saberlo, ya que era al mismo tiempo el más satisfecho espectador de su hambre. Aunque, por otro motivo, tampoco estaba nunca del todo satisfecho; acaso no era el ayuno la causa de su delgadez, tan atroz que muchos, con gran pena suya, tenían que privarse de verlo por no poder soportar su vista: quizá su esquelética flacura procedía de su descontento consigo mismo. Sólo él sabía —sólo él y ninguno de sus admiradores— lo fácil que era el ayuno. Lo más fácil del mundo. Cierto que no lo ocultaba. Pero no le creían; cuando más, lo achacaban a modestia, pero en general le juzgaban un vivo o un farsante, para quien el ayuno era fácil sólo porque sabía hacerlo fácil, y que tenía el cinismo, además, de dejarlo entender a medias.

Como todo en Kafka, el hombre se enfrenta a un mundo despiadado, basado en reglas ignotas, paradójicas, irracionales e inescrutables. El artista del hambre, una parábola terriblemente bella en su absurda sabiduría, es un retrato desesperadamente humano, sin moralejas arrogantes, cuyo significado será distinto para cada lector. Un cuento famélico altamente nutritivo.

Nota final.

Para todo aquel que quiera darle una probadita a este cuento, aquí les dejo una página en la que aparece completo y gratuito, así como muchos otros de este mismo Franz, para calmar nuestra hambre de Kafka:

https://ciudadseva.com/texto/u...