Hablamos es un término descuidado, pues no creo haber dicho más de tres palabras, lo cual no entorpeció nunca la conversación.
Hablamos con una intimidad impropia para dos extraños. No atribuyo al alcohol esa inusual confidencia, pues en mi mente se congeló la idea de pedir otra cerveza, y ella: «…yo sé que al beber tomamos valor pero…»; pero apenas probó el coctel que danzaba entre sus blancas manos.
La soltura de su voz cautivó mi atención desde el comienzo. Sus palabras se fundían vivamente con las impresiones que estas dejaban en mí, mientras que ese leve gesto suyo, ladeando la cabeza al reír, inundaba mi respiración con fragmentos de su encantadora esencia. Pasaban mil cosas por mi mente, paralizando cualquier movimiento, y ella: «…a veces una acción vale más que mil palabras…»; pero yo sintiendo que el mundo de los hechos se suspendía ante sus labios.
Más de una vez me estremecí al sentir el trémulo roce de su brazo con el mío, emergiendo de su largo y rojo cabello. La espera me consumía. Entre miradas furtivas, anhelaba franquear el abismo que nos dividía, mas no encontraba el modo ni el momento, y ella: «…y si te acercas un poco más…»; entonces mi corazón da un vuelco. Conteniendo el aliento, tomo con suavidad su mejilla y la beso… Súbitamente siento la explosión de mil supernovas contenidas en el calor de su mano en la mía. Aturdido, apenas distingo los insultos que profiere mientras busca la salida. Luego un grito. No sé bien qué ha ocurrido, pues la distancia y mi delirio atenúan la conmoción del creciente bullicio en la avenida. De a poco mi alrededor se vacía, entre el morbo y la consternación, dejándome sumido en pensamientos vanos, solitarios recuerdos de sueños perdidos y desvaríos.
Y en mi desdicha, he intentado reconstruir su rostro en mi memoria, pues sé que ella aún está ahí, y afuera un desconocido: «…mujer joven, uno setenta, pelo castaño, morena…»; pero de nuevo la he perdido.