Cinco años antes de su muerte, un atormentado Franz Kafka buscó, a través de una carta, la manera de expiar su culpabilidad y, en un mismo esfuerzo, dar un sentido a la relación con su padre con el objetivo de encontrar “un poco de sosiego y hacernos más fáciles la vida y la muerte”.
En esa carta que hoy se lee como un texto trascendental, no sólo en su obra sino en la literatura universal, Kafka construye sin impunidad, una reveladora autobiografía partiendo de la despiadada relación con Hermann Kafka, su padre.
Como figura hegemónica del patriarca, Hermann se erige como un hombre hecho por sí mismo: impetuoso, intransigente, feroz y autoritario. Desde esa visión de su progenitor, el escritor checo relata diferentes momentos que fueron matizando su vida, mostrando una relación padre e hijo que danza con movimientos contradictorios en los que la culpa y la inculpabilidad van y vienen en una duda perenne.
El autor de La metamorfosis justifica su fracaso con su autopercepción, una nulidad
causada por la presencia intimidante del padre. En la invisibilidad, en volverse nada, es que el escritor encuentra la forma más segura de desprenderse de la sombra del todo. Cualquier intento de hacer, de compartir, de ser, resultaba en la desaprobación de la única fuente de validez en la vida del joven Kafka.
“Sólo hacía falta ser feliz por cualquier cosa, estar encantado con ella, llegar a casa y decirlo, y la respuesta era un suspiro irónico, un sacudir la cabeza, un tamborileo sobre la mesa: «Yo ya he visto cosas mejores», o «Quién tuviera tus preocupaciones», o «Yo no tengo una mente tan descansada», o «¡Cómprate algo con ello!», u «¡Otro acontecimiento!»”, relata Kafka en su carta.
El escritor fue el mayor de seis hermanos, dos murieron muy pequeños, mientras que sus otras tres hermanas fueron asesinadas durante el holocausto después de la muerte de Franz Kafka. Varios renglones de la carta se ocupan en relatar la influencia de su padre en sus hermanas, contagiada también en sus yernos y, posteriormente, en sus nietos. Pedazos de su historia que detallan acciones que confirman sus sentimientos juiciosos y derrotistas.
Un padre y un hijo separados por espacios insalvables, distanciados por expectativas engañosas y por miedo. En la carta, el escritor presenta la conceptualización de un padre que se balancea entre el ídolo y el tirano omnipotente, que desde una aterradora violencia descolocó todos los aspectos de su vida.
La contradicción es un concepto que se mantiene en la carta como estilo y no como
temática, Kafka escribe de su padre que, a veces, es un hombre también tierno y
comprensivo, que carga un peso que lo orilla a ser como es. Así lo justifica, lo comprende y en el texto trata de darle sentido a su vida, forzando un sentido en las acciones de su padre.
“Por ejemplo, cuando en veranos calurosos te veía fatigado, adormilado en la tienda
después de comer, el codo sobre el mostrador, o cuando los domingos llegabas agotado a reunirte con nosotros en el sitio donde veraneábamos; o cuando durante una grave enfermedad de nuestra madre te agarrabas a la librería, temblando por el llanto, o cuando, durante mi última enfermedad, entraste sigilosamente a verme a la habitación de Ottla, te quedaste parado en el umbral, sólo estiraste el cuello para verme en la cama, y para no molestar te limitaste a hacer un gesto con la mano. En tales ocasiones uno se echaba en la cama y lloraba de felicidad, y llora ahora otra vez, al escribirlo”, escribió Kafka en un pasaje de vulnerabilidad y honestidad que dota al texto de un valor literario en el que la mente, el corazón, el dolor y el miedo del autor lo dejan sediento de consuelo.
Kafka se asume culpable de sus decisiones, de sus fracasos, en la escuela, en la sociedad, de una debilidad que ha decepcionado a su padre. Y al aceptarlo, entiende que así tenía que ser, que lo que su papá le da y la forma en que se lo da, es la única, que no hay dos culpables, sino un hecho inevitable.
“Yo podía disfrutar lo que tú dabas, pero sólo con sonrojo, cansancio, debilidad, sentimiento de culpa. Por eso sólo podía darte las gracias por todo como dan las gracias los mendigos, con hechos no”, se lee en el texto.
Uno de los agobios profundos que atormentaron la vida del escritor, fue su sexualidad y su vida de pareja, relaciones siempre intermitentes, compromisos que se rompían una y otra vez y una vida sexual sufrida —no gozaba tener relaciones con sus parejas, pero era constante cliente de burdeles—.
Kafka aprovecha la carta para detallar la influencia de su padre en su imposibilidad para contraer matrimonio. Primero explica que el matrimonio representa la libertad, que de esa manera podría liberarse de un yugo del que no puede desprenderse y, por otro lado, alude también al juicio siempre presente de su progenitor que nunca aprobó las elecciones de su hijo.
“No sabías nada de mis intentos de salvarme en otras direcciones, por eso tampoco podías saber nada del proceso mental que me había llevado a ese proyecto de matrimonio, tenías que tratar de adivinarlo y adivinaste, conforme a la opinión general que tenías de mí, del modo más repugnante, primitivo, grotesco”, escribió con el entusiasmo del coraje y el repudio.
Concluye con una probable respuesta de su padre, en esa reflexión ajena se acusa a sí mismo y se avergüenza. Es un sí, pero también un no, una eterna contradicción que habita en la mente de este autor, que así como su literatura, inverosímil, fantástica y angustiante,
tuvo una relación paternal agobiante y que nunca pudo entender, nunca pudo encontrar la dirección adecuada.
“Me imagino esa igualdad que surgiría entonces entre nosotros y que tú podrías entender
como ninguna otra igualdad, tan positiva porque yo podría ser un hijo libre, agradecido,
desprovisto de culpa, recto, tú un padre sin agobios, sin tiranías, comprensivo, satisfecho.
Pero precisamente para llegar a eso habría que invalidar todo lo sucedido, o sea,
tendríamos que eliminarnos a nosotros mismos”, así es como el escritor cierra el círculo de
frustración, el uno y el otro son indispensables son parte de su propia tragedia”.
La carta nunca llegó a su destino, su madre no quiso entregársela a su padre. Resulta
desolador saber que este ejercicio tan magistral de vulnerabilidad nunca pudo ser leída por
su destinatario. Hoy, más de un siglo después, como una autobiografía elocuente y
expresiva, se ha convertido en un texto que nos ayuda a comprender al autor, pero también
a comprendernos a nosotros como hijos, como soñadores y como seres humanos.-