INSTITUTO CULTURAL DE LEÓN

Crecer en torno a un festival

Calles llenas de tradición y cultura, descubre algunos festivales que cambian la dinámica de una ciudad.
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Silvia Palacios
Las banderas ondean una vez más. Ahí está la de México, Brasil, Estados Unidos, algunas que no reconozco, pero se ven bonitas. Ha llegado la temporada de banderas en Los Pastitos.

Este es quizá uno de mis primeros acercamientos —sin saberlo— y recuerdos del Festival Internacional Cervantino. Tenía apenas unos 7 u 8 años y en mí, la simple acción de ver las banderas era emocionante pues las astas, que durante el resto del año lucían vacías y ‘sin chiste’, se llenaban de color. 

Como guanajuatense crecí rodeada de museos, de arte y cultura, pero todo se magnificaba durante la temporada de Cervantino. Era testigo de todo el proceso, desde los preparativos hasta el desmontaje.

Los días previos veía cómo el escenario de la Alhóndiga iba tomando forma, primero la base, luego las columnas y al final el techo; durante el festival, cada que pasaba por las noches a mi casa, veía y escuchaba a la multitud haciendo bulla mientras estaba el espectáculo; al finalizar, el escenario volvía a caer y la calma regresaba a la ciudad.  

Así como aquellos primeros recuerdos, hay muchos más. En mi familia se convirtió en tradición subir a la azotea cada miércoles de inauguración y domingo de clausura para disfrutar de los fuegos artificiales. Las noches frías de octubre se animaban un poco al ver las luces brillar en el cielo.

Los domingos pasaba junto con mis padres por la Alhóndiga y nos quedábamos a ver el espectáculo en turno. Hasta la fecha, dos de mis favoritos son el Ballet de Amalia Hernández —con todo y mojigangas que en ocasiones se alcanzan a ver tras bambalinas— y el Ballet Folklórico de la Universidad de Guanajuato. Los Leones de la Sierra de Xichú también eran de los espectáculos preferidos en casa.

Además, ir a Los Pastitos se volvió recurrente, pues los espectáculos que ahí se presentaban siempre eran los más vistosos: grandes estructuras, vestuarios únicos, acrobacias, juegos de luces.   

Crecer en una ciudad que durante una temporada se convierte en el epicentro cultural de un país, enriquece, sí, enriquece pese al otro lado de la moneda donde, en ocasiones, prefieres evitar el tumulto y los ríos de gente en que se convierten las calles, y donde algunas personas parecen olvidar las reglas básicas de convivencia social.   

La ciudad se moviliza en torno a un festival. El comercio surge con mayor énfasis a través de locales y carritos de comida, listos para ofrecer los hot dogs al 2 por 50 pesos; llega el mercado de los hippies, donde puedes adquirir productos que no siempre encuentras en la ciudad y se convierte en un punto de visita obligado tanto para los locales como visitantes; incluso sabes cuando alguien ya fue “a los hippies” porque a las escuelas llegan las niñas con el cabello trenzado con el adorno de moda, o bien, nunca falta quien llega presumiendo lo que compró en este mercado. 

Los camiones de la ruta Central de Autobuses parten llenos de personas y regresan de la misma forma. El turismo, nacional e internacional, está a tope. La ex Estación de Ferrocarriles se convierte en el estacionamiento cuasi oficial para los autobuses que llegan con personas de todas partes de la República: chilangos, veracruzanos, michoacanos, jaliscienses… todos convergen en este espacio a su llegada y salida de la ciudad. 

 

En las calles comienzas a ver personas de diferentes lugares del mundo y desde pequeño aprendes a diferenciar —al menos por cómo se escuchan— los idiomas. “Éste es inglés; éste, francés; ese suena más a japonés”.

La riqueza cultural se respira, y ya sea que seas de los que aprovechan los eventos culturales o no, estás pendiente de lo que sucederá en los escenarios, al menos en los más grandes. Entre la población es común escuchar el “¿Qué habrá hoy en la Alhóndiga?” (mismo caso para Los Pastitos).

Se cumplen 52 años del Festival Internacional Cervantino, un punto donde se concentran las propuestas más actuales y clásicas del arte; más de cinco décadas en que ha mutado —con todo y sus altibajos— y marcado a generaciones de guanajuatenses.  

Pero así como el Cervantino lo es para Guanajuato, en el mundo existen más festivales que cambian la dinámica de una ciudad, como el Festival de Edimburgo. Durante tres semanas de agosto se realizan varios encuentros artísticos de forma simultánea en esta ciudad de Escocia, que tienen como principal al Festival de Edimburgo surgido en 1947 con la finalidad de cambiar el ambiente posguerra que se vivía (Segunda Guerra Mundial). Con el tiempo, el festival se fue consolidando hasta ser un punto de encuentro para el arte y la cultura, para algunos, el más importante a nivel mundial.

Tan solo en 2023 recibieron a 2 mil 500 artistas de 50 nacionalidades; mil de ellos eran escoceses. Y ya sea en recintos hechos ex profeso para las muestras de manifestaciones artísticas o en las calles y pubs, llegan a presentarse diversos eventos; sin duda, la ciudad es ‘conquistada’ por el ambiente cultural y de turismo, ya que pueden pasar del medio millón de habitantes a casi millón y medio; además, el festival tiene el compromiso social con las infancias de la ciudad, y es por ello que suman a las y los alumnos de varias escuelas a eventos culturales. 

Existe un festival que no sólo cambia la dinámica social, sino que la utiliza como lienzo. Es el Festival Internacional de Arte Urbano —Festival Asalto— que desde 2005 toma las calles de Zaragoza, España, para intervenirlas, llenarlas de colores y figuras.

Se trata, por tanto, de una fórmula de interacción global con la ciudad y con sus barrios, tanto a nivel urbanístico como social, que año tras año seduce tanto a los artistas y colectivos como a ciudadanos y turistas. Como concepto se trata de una experiencia artística y de creación única, ya que todo el proceso creativo y la ejecución del mismo se realizan en el entramado urbanístico de Zaragoza, siendo sus calles el mejor taller de trabajo, el mejor lienzo y la mejor galería.1 

El South by Southwest, conocido como SXSW, es otro de los festivales que cambia el ambiente de una ciudad, esto desde 1987. Asentado en Austin, Texas, el SXSW se divide en tres rubros: Festival de cine y tv, de música y tecnología; su principal punto de exposición son las conferencias, reuniendo a expertos internacionales en estos temas.

Algunos de los ponentes que se han presentado en éste son Shirley Manson, J.J. Abrams, Barack Obama, Bruce Springsteen y Lady Gaga, entre otros; pero, más allá de las personalidades que reúne, el SXSW también se apodera de las calles: el centro se cierra para abrir paso a las bandas que se presentan en el área de bares y restaurantes.

El éxito del festival ha radicado en su carácter, un festival que no tiene una ubicación física exacta, pues se desarrolla básicamente en todo el centro de la ciudad, en diferentes bares, locales, que ofrecen desde cerveza, cocteles, comida de todo tipo, fiestas, “casas” de países invitados, cada cual buscando sobresalir más que el otro. Básicamente nadie se quiere perder nada y en eso radica el éxito del festival, todos quieren estar en SXSW.2

Porque en muchas ocasiones no solo se trata de un evento, un festival, sino de una dinámica social que cambia, ‘ajustes’ cíclicos que se viven en una ciudad y que derivan en el gusto —o no— de sus habitantes por el magno acontecimiento.  



Referencias.

1 Asalto. (s. f.). Festival Asalto. https://www.festivalasalto.com...https://www.festivalasalto.com/que_es_asalto/

2 Dirección. (2024, 11 abril). SXSW: Cómo un festival de música puede transformar una ciudad. Zonagirante.com (Música Latina). https://www.zonagirante.com/cronicas/festivales/sxsw-como-un-festival-de-musica-puede-transformar-una-ciudad/


Edinburgh International Festival. (2024, 19 septiembre). Edinburgh International Festival. https://www.eif.co.uk/social-i...

Silvia Palacios Silvia Palacios

Comunicadora de formación. Ha trabajado en prensa escrita para formatos impreso y web. Actualmente se desarrolla en Comunicación Social. Foodie (por no decir de buen diente), viajera, melómana y entusiasta de la ortografía.