Si nos dejamos llevar por el imaginar, se puede vislumbrar un futuro en que las imágenes se tornan abstractas hasta volverse depuraciones de formas y colores cuyo sentido descubra una nueva forma de honestidad, la expresión del mundo que proyecta el algoritmo. Pensar sobre metamodernismo me remite a esas imágenes uróboros. El metamodernismo es un estado de consciencia que atraviesa toda la cultura en la actualidad, afectado por la revisión histórica, el escepticismo y la autopercepción.
En cuestión de cine, se podría describir como aquel que asume ironía al mismo tiempo que evoca sinceridad afectiva. Reconoce la deformidad del mundo que nos vincula a nosotros y a aquello que amamos: narrativas inconsolables. Cuando parecemos vivir un momento en que las audiencias claman por el regreso de las historias tradicionales, se debe reconocer que, a pesar de rememorar relatos y estéticas pasadas, son reconfiguradas por las sensibilidades que palpita el hoy. Se están volviendo a contar los cuentos de fogata, ¿pero quiénes los cuentan? Sobre esto he pensado desde varios ángulos: tanto del cine comercial, como del nacional y personal:
1. El Universo cinematográfico de Marvel fue, quizás, la última gran expresión del posmodernismo comercial. El presente de sus películas era devorado por la expectativa de la próxima y la remembranza de íconos pasados. Esto, más la carga de constante sarcasmo, junto con sus pobres escalas de grises que raramente asumen posturas emotivas, envolvieron de cinismo a la aparentemente simple narrativa del superhéroe. Esto ha venido a ser sustituido por una serie de películas emocionalmente frontales con discursos claros; algunas con sentimientos nacionalistas, revisiones del pasado, afirmaciones de vida: Top Gun: Maverick, Godzilla Minus One, Gato con Botas: el último deseo, Misión Imposible 7, etc.
2. No obstante, hay cintas cuyas narrativas, aunque no puedan ser catalogadas como tradicionales, han sido bien recibidas en la taquilla. La narrativa del multiverso ha resonado fuertemente en Todo en todas partes al mismo tiempo y Spiderman: A través del Spider-Verso. El Barbenheimer, tremendo triunfo de marketing para el cine comercial de autor: la sátira feminista Barbie y el nacimiento de la bomba nuclear Oppenheimer. Ambas películas, a pesar de sus aproximaciones, ya sea irónicas o desbordantes, provocaron reacción emotiva en sus públicos. Duna 2, por otro lado, aunque haya sido coronada como el regreso de la saga épica, debe considerarse que su narrativa está pensada como giro de tuerca de tales historias al cuestionar la figura del héroe. Sería difícil hilar con coherencia todas estas cintas, pero a diferencia de las del primer punto, podemos distinguirlas como obras autorales de alto presupuesto con estilos bien definidos. Nos dice que, a pesar de la constante predicción catastrófica, el mercado aún respira.
3. En el podcast de Gaby Meza, Hablando de Cine con, el mercadólogo Arturo López Gavito opina que el cine mexicano no tiene calidad artística y, aunque desprende de manera burda la matización de la problemática, es verdad que desde hace mucho este cine no está a la altura de las audiencias nacionales (uno de los volúmenes de boletos más importantes en América). Las redes respondieron con que México sí tiene buenas producciones que podrían ser exitosas, pero que son invisibilizadas por el pobre trato de distribución y proyección que reciben. Yo contra-argumento que aunque sí haya buenas proyecciones, éstas no están pensadas para el público, y que es esa falta de consideración la que nos mantiene atrapados entre dos polos: la híper-basura comercial y el cine festivalero.
4. Hoy en día, la mayoría de las mejores películas mexicanas surgen de festivales. Se lamenta seguido que éstas raramente obtienen el tratamiento de salas y que cuando lo reciben, salen con una taquilla infernal debido a las pocas funciones, poca publicidad y poco interés. Una de las funciones del festival de cine es exactamente la de ser un espacio para estas cintas que no encontrarían lugar en las carteleras comerciales. Me parece correcto que se haga esa distinción pues es un cine que escapa al interés popular. El problema es que parte de tan marcada distinción se debe a lo desatendido que se encuentra el cine comercial, sin cineastas ni una industria capaz de ofrecer buenas películas.
5. Sobre esto, pienso en lo que Víctor Erice, legendario director español, dijo en su conversatorio del FICUNAM 2024 (disponible en las redes del festival), donde comentó sobre la dimensión industrial que ha adquirido el cine a lo largo de su historia, que ha vuelto del espectador en consumidor y que, en ese contexto, él siempre ha querido dirigirse al público como ciudadano y hasta como prójimo. En esa línea del cineasta ciudadano que menciona, pienso en Aki Kaurismäki y sus comedias románticas obreras. Películas hermosísimas por su sencillez cómica, romántica y política. El año pasado estrenó en salas Hojas de otoño, la cual pude ver varias veces y en todas sus funciones había un disfrute muy concreto de risas y expresiones de ternura. No eran las salas más llenas, pero podías sentir el armónico gozo de quienes las habitábamos.
6. En el país del pasado se puede hablar de Chaplin como globalidad, mientras el mexicano se remitirá a la Época de Oro. Tanto Chaplin como Gavaldón, como El Indio Fernández y tantos otros cineastas trabajando en aquellas décadas entendían el buen cine desde la mirada de las audiencias. Son películas transgeneracionales sobre las que se puede recordar y que pueden ser compartidas por distintas sensibilidades y generaciones. El Cine de Oro dibuja una identidad cinematográfica en la que se cruzaba el buen cine (los mejores cineastas de su tiempo) y el cine masivo. Una buena película permite a cualquiera hablar de ella: si dos extraños, de cualquier rincón y estrato del país, coinciden en haber visto la misma buena película, esta es motivo de unión. Fenómeno verdaderamente raro.
7. Los cineastas mexicanos nos hemos vuelto egoístas, creando películas que cumplen con intereses de nicho que sólo puede disfrutar el reducido círculo de siempre. A su vez, el cine comercial mexicano busca la ganancia económica, estrenando películas a las que bien podríamos referirnos como producto. En años recientes, de las pocas cintas que han logrado conciliar el comercialismo con una propuesta definida es Radical, protagonizada por Eugenio Derbez. Es preocupante que cintas como ésta sean destacable excepción. Por otro lado, está el cine-activismo, que se acerca más a la función de una cinematografía como servicio público, mas no es un cine que esté relacionado con el placer, negándole participar en la cultura orgánica del cine, que tiene que darse de manera casi inconsciente, algo que por el momento es utopía.
8. Estoy terminando El modo intemporal de construir, de Christopher Alexander, libro de arquitectura que piensa nuestras estructuras como reflejos del ser (comunitario e individual), lo que haría de las construcciones igual de naturales que un árbol en el paisaje, como nosotros al mundo. Ahora que estoy trabajando en una nueva película, me he puesto a pensar en todo esto. Es una película que no apela a las sensibilidades populares sobre las que aquí escribo. El cine de corte personal no debe perder su espacio pues es de lo más hermoso que surge en este país; nunca debería pelearse con la ausencia del cine popular cuya problemática es la ausencia en sí: hambre de identidad. Creo que si practicáramos la filosofía de Alexander en el cine, las imágenes del mundo estarían más cerca del cine personal. No algo como las cotidianidades de TikTok, cuyo algoritmo preconcibe el tipo de imágenes que se producen y miran.
Un ejemplo sería escribir MVI (script de formato de video) en el buscador de YouTube y aparecerá una escalera de videos subidos sin nombrar, de tantos tiempos y lugares, de miradas y lenguajes variados. Ese caleidoscopio de imágenes que surgen de contextos tan específicos como globales es la utopía cinemática que esta era nos ofrece, gracias a la democratización de los aparatos para mirar y ser vistos. El cine popular no puede asimilar tal veracidad del ser por su macro-naturaleza, mas puede contener el mismo espíritu humano que reside y existe en todos nosotros y nuestras imágenes. Un jarrón de flores filmado por Kaurismäki y el texto que escribe Val Kilmer en Top Gun: Maverick comparten una misma e innombrable cualidad. Reside en ellas, pues reside en nosotros.