Filmamos como estadounidenses, como franceses (todo el mundo filma como los franceses), animamos como japoneses y también, de nuevo, como estadounidenses, y a veces filmamos documental como cubanos y escribimos guion como españoles y parte de la historia de nuestro cine la filmaron los rusos, por lo que también filmamos como rusos, además de filmar como los italianos cuando salieron a las calles de la posguerra. Y como esos cines colonizantes han inspirado de manera similar a Las Américas del centro y sur, por mera inercia también filmamos como chilenos, argentinos, brasileños, colombianos, uruguayos y demás países cuyos alcances ignoramos más que otros. Secretamente es posible que también filmemos como los chinos, los países de la Europa oriental, como los africanos y, muy seguramente, como los países del Medio Oriente dadas nuestras creencias religiosas.
Consecuente y pertinente, deberíamos preguntarnos si también filmamos como los olmecas, los mixtecas, los zapotecas, los mayas, los teotihuacanos, los toltecas, los aztecas o como todos los nombres con los que alguna vez nos nombramos y fragmentamos y que ahora vagan por las despreocupadas neblinas del tiempo.
Si uno busca cine prehispánico se encontrará que ni esa categoría se libra del conquistador. La mayoría de las cintas a las que se atribuye ese calificativo tienen que ver con la conquista o el México colonial. Pocas son las producciones que abordan la vida antes del español, como Retorno a Aztlán (1990) o Apocalypto (2006) ―hasta que en su final involucra a Colón―. Se puede hablar de los documentales sobre comunidades indígenas que retratan los problemas que enfrentan, sus resistencias y vidas, pero como varios de estos son filmados por figuras externas a las comunidades ―ya sean colectivos, autores o instituciones― se sigue sugestionando la intervención y el trastocar de su universo, que se disemina con visión homogénea. ¿Otra manera de colonización? Me desagrada pensarlo así, pero no sé… mis posturas se inclinan al pesimismo. Todo documental sobre activismo indígena es parte del gigantesco registro sobre su desaparición. Si el mundo continúa recorriendo el camino predispuesto, el futuro ya está fijo y lo que transitamos es mero trámite. La lucha existe por la voluntad y el derecho a luchar y estirar los ecos de lo que alguna vez fue y alguna vez habría sido, pero las luchas minúsculas pocas veces mueven donde el pie de la historia pisará, y por ende, los registros de la resistencia indígena lo que hacen es archivar sus últimos brazos que apuntan al cielo con puños que dicen «tú nos viste y tú nos recordarás».
El cine no es una memoria completamente fiable (¿lo fiable sólo puede serlo completamente?) al ser una maquinaria cómplice de esa ruta por la que el pasado deja de existir. El cine es una memoria fiable en la medida tecnológica, mas no sistemática, pues a pesar del espacio de MB y GB y TB que el tiempo agranda y agranda, las memorias y sus imágenes se pierden y se olvidan, todo según lo que se le imponga a la mirada y lo que exista a sus márgenes. Hasta lo más visto puede ser arrebatado como efímero y el contenido que apenas y existe en los rincones inhóspitos de la web o de la oferta cultural es krill posado frente a las mandíbulas cerradas de ballenas.
El cine y las artes más próximas a la invocación del pasado precolonial son las de las comunidades indígenas. Cine, pintura, cómic, videojuego, literatura, música, danza, escultura. Pero debe quedar claro que para este punto de la historia solo podemos hablar de aproximaciones y cercanías, no de recuperaciones. El único cine prehispánico que podría haber sucedido era si los españoles jamás hubiesen arribado a las costas americanas. La única película prehispánica que podría hacerse existe en el hubiera. Si estiramos este ejercicio imaginativo nos topamos con que una visión puramente mexicana solo sería posible si en un México al que nunca llegaron los españoles se hubiera inventado el cinematógrafo ―que contaría con otro nombre― y si con él se hubiera filmado la primera película del país, que a su vez sería la primera película del mundo.
El cinematógrafo podría permanecer como un aparato secreto o, dependiendo de la redes de comercio de este universo alterno, también podríamos recorrer el mundo con él como hizo la compañía Lumière, enviando embajadores de la cámara a filmar el extranjero y mostrar las películas hechas en nuestras tierras. Así, el cine y todas las películas del mundo serían en parte mexicanas, como hoy en día las películas del mundo son en parte francesas y en parte estadounidenses, por razones muy distintas. Y aunque otros países se pudiesen alzar con el dominio de la imagen cinematográfica, esto no evitaría que en cada fotograma de cada película del mundo hubiese una pizca de nuestro linaje, haciendo del cine de todas las culturas mestizos con sangre mexicana. También existe otro México donde no se crea el cinematógrafo pues eso, en realidad, no sucedió. Pero como ese otro México ―imaginemos― tampoco comparte planeta con Francia, quienes sí inventaron el aparato, entonces el mundo existe sin cine y seguramente ese sería el destino del mundo si México inventara el cinematógrafo, porque valga la redundancia, México no inventó el cinematógrafo en este aquí y por ende no tendría por qué inventarlo en otros aquí. (Pero aquello desviaría este texto).
Hoy, cuando las imágenes son la moneda informática mejor valuada, es totalmente imposible filmar cine de la raíz (y ni ayer ni mañana). Quizás si nos aventuramos a experimentos deleznables como encerrar a un bebé en una habitación con una cámara y solo liberarlo hasta que filme con ella, podríamos acercarnos a la imagen sin el sesgo mestizo (ignorando la atrocidad ética y el condicionamiento impuesto, claro). Pero eso tampoco sería cine de la raíz, pues nuestra raíz estaba configurada ―con sus debidas cicatrices― de una cierta forma que fue descuartizada y regada por las tierras para que de ellas brotase una irreconocible especie de flor.
El cine prehispánico nunca existió, no existe y jamás existirá. Existe el cine indígena, el cine de la resistencia, el otro cine, películas cuya forma de ver el mundo está definida por aquellos que hasta hoy llevan consigo tradiciones y costumbres antiquísimas, testigas dudosas de lo que alguna vez fuimos. Pero la mera existencia de estos cines ya representa una lucha exclusiva del presente: no es un cine que haya podido vivir en paz.
Tomando en cuenta eso, que nadie les convenza que el cine de la conquista es cine prehispánico. Que nadie les venda la exotización de nuestros símbolos precoloniales. Que nadie les quiera volver a Tláloc o a Moctezuma en héroes del cómic o figuras de ánime o protagonistas aventurescos y, a su vez, pretender que aquello significa rendir tributo o refrescar a los ídolos para las nuevas generaciones, pues esos imaginarios que de fuera provienen solo sacan provecho de las figuras culturales como atajos creativos y de pertenencia que rechaza lo que en verdad somos y nuestras posibilidades indefinidas de mestizo, nada cómodas ni respondibles. Aquellas son las aspiraciones de los que siguen sin creer en ellos mismos ni en sus lagunas.
El cine prehispánico solo puede ser el cine del viento, un cine que sopla, que se desvanece; es el cine del nunca, el cine cuya respiración es audible, el cine de los rincones, el cine de la voz rasposa, el cine finito, el cine irremplazable. Lo muerto no vuelve a la vida. Si está aquí es que no está muerto. Cuando muera no lo sabremos. Y quien pretenda devolvernos eso no hace más que desenterrar cadáveres y colocarlos en la vía pública a la vista de todos, de cuyos curiosos alguno dirá «aquello me suena» sin relevancia alguna a los pasos que seguirá dando aquel curioso el resto de ese día y de los días que siguen, y que por inercia no tiene relevancia a lo que sucede a nuestro alrededor todos los días nuestros: el hoy, no el ayer. Y algunas voces del hoy puede que suenen a las del ayer. Pero yo no viví en el ayer y jamás he escuchado aquellas voces de las que pretendo hablar, al menos que hayan sido un murmullo fantasmal o una alucinación auditiva o un mero cuento que escribí alguna vez sin recordar cuándo, así que ¿qué puedo saber?