INSTITUTO CULTURAL DE LEÓN

El juego

Adán Herrera nos comparte su texto, merecedor del segundo lugar del Concurso de Cuento Corto Efrén Hernández.
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Redacción
Puedo imaginar mi propia deformidad a través del cuerpo del participante número nueve. Su aspecto es monstruoso: tiene la piel gris y verde; el cuerpo torcido y desfigurado; su rostro es el de un hombre que no sabe que ha muerto. El contador electrónico, suspendido en lo alto del muro, indica que son doce los días que no hemos dormido. Solo la presencia del premio (custodiado por militares) me motiva a seguir. En uno de los rincones del salón, cerca de la cocina y el gimnasio, el participante número nueve aspira con fuerza una línea de cocaína. Minutos antes, masticaba varias pastillas de anfetaminas. Estoy seguro de que seré el ganador. Si la privación voluntaria del sueño no le quita la vida, lo harán las drogas que consume desesperadamente para no dormir. Yo observo fascinado la geometría irregular del Gran Premio, sus colores tornasolados y su forma humanoide de dios teratológico. El sonido estridente de una bocina anuncia el cambio de guardia y el comienzo de un nuevo día. En cualquier momento, el contador electrónico indicará que son trece los días que no hemos dormido.

El juego es, en apariencia, sencillo. Según los resultados del sorteo, el juego puede ser no comer, no moverse, no parpadear. En esta ocasión consiste en no dormir. La realización del juego es responsabilidad del Gobierno. Su ejecución involucra la selección azarosa del desafío y los jugadores; la construcción del escenario donde se llevará a cabo; la transmisión en cadena nacional de los sorteos preparatorios y la competencia misma. La única manera de participar en el juego es por invitación del Gobierno. Cada año, treinta y dos ciudadanos (uno por cada Demarcación) reciben una invitación para competir por el Gran Premio. 

El origen del juego es el Gran Premio. Fue encontrado en lo más profundo del Templo Mayor por un grupo de arqueólogos principiantes. A los pocos días de ser descubierto, numerosos y brutales homicidios se sucedieron. Los homicidas buscaban, con violencia desproporcionada, la posesión del misterioso y encantador objeto. Buscando una solución a los constantes enfrentamientos y asesinatos, se estableció por ley que nadie era su dueño y que todos, mediante el juego, tendrían la oportunidad de ser su propietario. 

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En un principio (según las reglas del juego) éramos treinta y dos competidores. Rápidamente nos hicimos menos. Los primeros en abandonar la competencia fueron los ancianos. Muchos de ellos murieron al sexto día, fatigados y deshechos por el estrés de no dormir. Para el noveno día quedamos seis participantes. El octavo día, el participante número veintiuno sufrió una crisis nerviosa y mató a tres de los competidores más jóvenes con un cuchillo de cocina. Al participante número veintiuno lo maté yo. Mientras apuñalaba al participante número dos (un niño de catorce años) le di en la cabeza con un pesado disco de treinta kilos. Al final, sólo el participante nueve y yo seguimos en competencia. 

El escenario es elaborado al interior de un gran estudio de televisión donde una abundante audiencia lo observa todo ávidamente. Varios técnicos con sus cámaras siguen los movimientos de los competidores, prestando especial atención a las acciones más dramáticas. Otras cámaras más pequeñas, colgadas de los muros y el techo, registran los acontecimientos por las noches y en los rincones más alejados de la audiencia. El escenario, según sean las condiciones del juego, ofrece todas las comodidades de una vivienda (baño, cocina, gimnasio) y todas las sustancias, medicamentos y objetos que puedan hacer al juego más divertido. Una línea de militares divide a la audiencia de las cámaras y el escenario. En más de una ocasión, algún espectador delirante, llevado por el deseo que produce el Gran Premio, ha intentado tocarlo. Cuando eso sucede, una lluvia de balas desbarata el cuerpo del espectador demente. 

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Para no dormir camino desnudo por el escenario. Me alimento de comida picante y bebo grandes cantidades de agua helada. El público observa impaciente. Uno de los técnicos señala el rincón donde el participante número nueve hace su juego. Al girar la cabeza, lo veo convulsionar bruscamente y después queda inmóvil. Rápidamente, un grupo de médicos entra al escenario y toma sus signos vitales. El jefe del grupo hace una señal negativa con los brazos a las cámaras y la audiencia  estalla en gritos y aplausos. El participante número nueve ha muerto. Yo soy el  ganador. El estudio se llena de luces coloridas y música chirriante. Un hombre de elegante traje negro y dos hermosas mujeres me llevan del brazo hacia el Gran Premio. Al tocarme, las hermosas mujeres y el hombre elegante no pueden evitar un gesto de náusea. Con el Gran Premio entre mis manos, una tremenda depresión me invade y comienzo a llorar amargamente. Necesito dormir, pero no quiero hacerlo. Si duermo, lo sé bien, no despertaré jamás.