Julieta Escobar Ramírez es una leonesa proveniente de una familia conformada por papá, mamá y un hermano menor; es sinónimo de perseverancia y sensibilidad, es determinación y arrojo; es mujer, persona, artista escénica, docente, madre e hija.
Su primer acercamiento con el mundo teatral fue en la preparatoria a través del taller impartido en la entonces UBAC a cargo del maestro Polo Ibarra Saucedo, de quien aprendió la esencia del teatro y donde participó por primera vez en una puesta en escena: La fábrica de juguetes. Fue en el Teatro María Grever, al presenciar una obra, que reafirmó su deseo por convertirse en una gran actriz.
Durante la primaria era constantemente seleccionada para participar en presentaciones, como por ejemplo las de poesía coral siendo la primera voz, sin embargo, confiesa, la situación le provocaba tal miedo que terminaba en llanto al bajar del escenario, y aunque en ese entonces no se lo explicaba, ahora lo convierte en algo positivo, en una especie de mantra: “no necesito la aprobación de nadie para ser yo, no tengo que estar lista para empezar, no tengo que ser fuerte para avanzar”.
Inicialmente, Julieta tenía la idea de estudiar Psicología para especializarse en Psicología Clínica y, posteriormente, Social. Su gusto por el teatro continuaba pero en la ciudad aún no existía ninguna carrera que se asemejara a la de Artes Escénicas y pensar en vivir en Ciudad de México era imposible; sin embargo, la llamada de una amiga puso en su camino la opción que cambiaría su vida.
“A mis 18 años tuve que decidir si quedarme a estudiar Psicología o irme a un diplomado intensivo de Artes Escénicas, específicamente actuación, en Pátzcuaro. Ahí fue mi decisión instantánea porque ni siquiera tuve días, fueron minutos de recibir la llamada, colgar y tomar la decisión; y me escuché, creo que la perseverancia y siempre preguntarme qué necesito, y yo necesitaba hacer algo que me hiciera sentir completa porque sentía que algo me faltaba”.
“...Tuve que decirle a mi papá que me permitiera crecer, que me permitiera equivocarme, caerme para levantarme yo sola porque no siempre iban a estar ahí para mí y que yo necesitaba aprender a crecer sola, y si me equivoco pues me tocará remendar, crecer y experimentar”.
Y así fue, de esa manera inició el camino por la profesionalización en las artes escénicas, lo que la llevó a migrar a Michoacán y mantenerse alejada de su familia por casi tres años, una situación compleja pero que le brindó mayor fortaleza.
Al hablar sobre el tema, Julieta recuerda con añoranza y agradecimiento aquel periodo académico, la educación que recibió por parte de directivos y profesores, las tardes de estudio con sus compañeros, y aunque asegura que no siempre hubo bueno días, siempre valorará las enseñanzas no solo en el salón de clase, sino las de vida.
“Nos hacían preguntarnos y respondernos y mucha gente ya no quería estar, creo que esa parte a mí me ayudó a persistir… Yo decía «si yo quiero hacer algo así primero tengo que aprender a ser persona antes que un personaje, y para ser persona me tengo que conocer», me conocí llorando, me conocí con 100 pesos en la bolsa sobreviviendo una semana, pidiendo a los maestros de Casa de Cultura de Michoacán que me permitieran estar de oyente porque no tenía para pagar los cursos, tuve que hacer un servicio social para que la maestra de danza contemporánea me diera clases; ahí aprendí a negociar, por eso me encanta mucho la gestión, ver cómo sí funcionan las cosas”.
Fue una estudiante muy disciplinada y eso le hacía salir a flote a pesar de todas las complejidades que se presentaban en el día a día. Julieta comenzó a involucrarse de lleno y tratar de integrarse a la comunidad artística del estado vecino, “pero algo me jalaba”, asegura. Así, con un pie roto y emocionalmente acongojada, regresó a León.
Previamente, su encuentro fortuito con Javier Avilés —referente del teatro leonés y mexicano en la década de los 90— le había dejado las puertas abiertas para colaborar una vez que estuviera de vuelta en la ciudad. No todo fue miel sobre hojuelas, pero de a poco empezó a enraizar; formando parte del grupo Luna Negra se adentró en un mundo que para entonces aún le parecía inalcanzable. Pronto llegaría el momento de tomar otra importante decisión en el rumbo de su carrera.
“Me llamó mi maestro Mauricio Pimentel para decirme que estaban buscando una actriz para una adaptación de Fuenteovejuna, con el maestro Luis de Tavira, y me pensaron. Me acuerdo que estaba entre decidir irme 3 o 4 meses a Ciudad de México o estar en la producción donde Javier Avilés me había dado el personaje de un niño en El diamante de la verdad, con una gira por todo el estado, y yo era el personaje principal. Tuve que tomar una decisión y decidí quedarme”.
A partir de entonces puso todo su empeño para hacerse notar y, sobre todo, lograr las cosas que se había propuesto. Comenzó a involucrarse de lleno en la cultura, a gestionar relaciones públicas, aprender lo más que pudiera, a forjarse a través de la práctica, hacer un trabajo rentable… El ogrito llegó a su vida, producción para el Programa Nacional de Teatro Escolar a la que considera su primera obra importante, misma que le marcó sensiblemente debido a que, a días de su estreno, falleció su director, el maestro Avilés.
Julieta se separó del grupo Luna Negra y se generaron proyectos independientes, llegó Teatro de los Sueños y una nueva pasión: la docencia (además de la dirección, la producción y la gestión), en la que más tarde se especializaría al estudiar la licenciatura en Ciencias de la Educación, actividad que continúa realizando desde preescolar, secundaria y bachillerato, teniendo la satisfacción de, como ella lo define, “formar nuevas generaciones de artistas desde la humanidad, desde el ser persona”.
Su etapa de vida actual la mantiene en calma pero activa, resonando, orgullosa de ser de León, de realizar, a lo largo de los años, un trabajo que hoy es objeto de reconocimiento y de haber tomado —y no— decisiones que la convirtieron en la mujer que es hoy.
“En toda mi vida quizá puedo decir que mi objetivo no era, aunque pueda sonar cliché, ser famosa, porque si no hubiera tomado otro camino, pero sí dejar huella; creo que la mención, el reconocimiento, tu nombramiento, esta misma entrevista, es decirme «lo has hecho muy bien». No ha sido 100 por ciento satisfactorio pero creo que ese es el sabor mismo de la vida”.
La fábrica de juguetes, Arlequín, servidor de dos amos, Como si fuera esta noche, Raíz yo soy y El cepillo de dientes o náufragos en el parque de atracciones son, hasta ahora y por distintos motivos, sus proyectos más significativos y preciados; pero por supuesto que aún hay más por hacer.
“Un texto que me encanta es Las chicas del Tres y media Floppies, ese lo dirigí y con ese me despedí de la Universidad de León, y es algo a lo que en algún momento quiero volver pero como actriz… Me gusta mucho el trabajo comunitario, el trabajo social, el que yo pueda servir para algo, esa parte me mueve mucho desde siempre y creo que no me puedo ir de esta vida si no hago algo por ahí, en lo social”.
Julieta es consciente de dónde viene y hacia dónde va, eso, destaca, es la mejor de las brújulas, es lo que le ha permitido no perderse y continuar siendo agradecida por lo que ha recibido y por lo que continúa cosechando en su travesía; siempre, comparte, hay que recordar quiénes somos para trascender.
“Así como esa obra se me quedó en el corazón, quizá es lo que quiero en esta vida, que me quede en el corazón del público, de las personas, de los alumnos, de generaciones, de mis propios maestros, de mis padres, de la familia de mi esposo, de todos, y decir «esta mujer vivió todo el tiempo en lo que hacía», y creo que eso para mí es lo más valioso que puede existir”.