A Ariadna Sofía
Niña, que ya eres en el mundo.
El tiempo,
que hace crecer a los árboles
y a las hojas,
que enverdece a los campos,
y que saca al sol de su madriguera,
te hizo con la piel de las uvas,
y tan clara
y alegre como la amapola.
Niña traída de tan lejos,
de dos miradas encontrándose,
de dos corazones temblando
como si tuvieran miedo,
de dos cuerpos que se abrazan
como dos náufragos.
Tú, aguardadora y silenciosa,
al igual que el mediodía,
y que floreces de pronto,
como la primavera.
En medio del dolor y de la alegría
aconteces tú,
desconocedora de un amor
que en torno a ti da vueltas.
Niña, que ya eres en el mundo,
y que lloras
sin saber qué es el llanto,
y que encuentras refugio
en unos brazos que te esperan.
Brazos que se entregan,
como la tierra a la semilla,
como el sol a la espiga.
Brazos de una mujer
que llamarás MADRE,
con esa boca que después del llanto
busca el pecho.
Niña, ahora tan llena de silencio,
entre estos dos seres
que te aman
comienza tu viaje.