Existen películas que tratan directamente sobre el tema de la comida y sus relaciones, como las legendarias producciones: Como agua para chocolate, El festín de Babette, Chocolat, Un viaje de cien metros, Tampopo, Me late chocolate, Canela y muchísimas más donde, aunque el tema principal no es la comida, su presencia como la representación de lo cotidiano en la mesa, en el ir y venir de los personajes que disfrutan un banquete, una fiesta de vecindad, una celebración cualquiera, santos, cumpleaños, posadas, cenas de gala o hasta un ratito en la heladería, marcan el continuo en las historias que nos cuentan, fijándolas en la realidad, dotando de credibilidad a esas vidas que pretenden ser humanas para contarnos algo que nos sea reconocible dando fuerza al contexto.
Dentro de la variada y riquísima filmografía del cine mexicano de la época de oro, hay escenas que nos han quedado en la memoria para siempre, Tin Tan en bicicleta recorriendo las calles, en la cabeza su enorme canasta de pan en equilibrio milagroso, cantando feliz todos los mil nombres del pan dulce mexicano mientras cotorrea con las señitos y vende su pan, es un entrañable homenaje al humor y el coraje de tantos panaderos que aun hoy recorren las calles jugándose el pellejo y la horneada entre el tráfico amenazante de la ciudad.
De entre todos los actores del cine de esa época dorada, mi preferido, en cualquiera de sus muchísimas encarnaciones, es sin duda Pedro Infante, el adorable, extraordinario y divino.
De hecho, Pedro infante era tragón de corazón y se podía echar al plato dos pollos rostizados de una sentada o diez huevos para desayunar, según cuentan sus amigos. Los helados de crema lo enloquecían, así que no le costó ningún trabajo filmar en A toda máquina la escena en la heladería Chantilly a la que Pedro Chávez entra y pide, como el cliente habitual de una cantina, un ‘Pedro Chávez Special’, una gran montaña de helado de vainilla con fresas enteras, crema batida y mucha mermelada, que se zumba con toda maestría a cucharadas, una tras otra, mientras nos cuenta a señas que a él no se le congela el cerebro, como a la mayoría de los mortales… quizá por la placa de platino que tenía en el cráneo.
“Pozole con mucha trompa” pedirá Pedro en Qué te ha dado esa mujer, y en Tizoc nos llevará de la mano por los mercados de Oaxaca, llenos de colores y sabores y mostrará la comida del indígena, en la montaña, donde ha cazado un venado que pone a las brasas, para comérselo con salsa de molcajete y tortillas hechas a mano… lo que tampoco le habrá costado ningún trabajo disfrutar.
En La vida no vale nada Pedro no come, trabaja en una panadería y duerme sobre costales de harina, hace el pan en camiseta y gorro blanco, mezclando harina, azúcar, levadura y agua, amasa fuerte, dándole duro “Que al cabo la masa agradece las trompadas”, y con amor, porque “el pan no solo sale bueno por la sazón sino por el cariño con el que se hace” “aunque haya que sudar, amasar, calentar el horno y levantarse de noche”. Grandes homenajes…
Mi escena preferida, sin duda es cuando en Escuela de vagabundos Alberto Medina (compositor, cantautor y vagabundo) se mete a la cocina y después de despacharse sus frijolitos, cuatro cervezas, un tequilita y su dulce de calabaza, con cucharas y cacerolas, organiza una tocada mientras baila chiqueón y cadencioso con las cocineras, que lo adoran, al son de Nana Pancha que es re pantera… ¡arriba!
Referencias
Pedro Infante: el gran glotón - 15 de Abril de 2011 - Norte - Monterrey - Noticias - VLEX 271559122
Pedro Infante, un apasionado de la comida - Tribuna Campeche
¿Cómo es tu Pedro Chávez Special? - Historia y sabor