Arrojó la primera imagen y las flamas rugieron. En frenesí, rompía y lanzaba una imagen tras otra, lanzaba la vida. Sentía el fuego quemándole los dedos; lo tragaba por la boca, corría por su garganta encendiendo las entrañas. Las tensas lágrimas desenfocaban las cenizas cual copos ennegrecidos.
Anna bajó la infinita escalera tras él y apenas evitó caer al pisar su vestido negro. Quería detenerlo pero abruptamente algo la detuvo en seco sobre el último escalón. Desde ahí, le suplicó que se detuviera, pero él no la escuchó.
Nerviosa, giraba su anillo mientras lo veía romper tantos recuerdos. Desde aquel escalón de piedra que entumecía sus pies, creyó recordar que había estado en esa habitación durante un largo tiempo… de pronto le faltó el aire.
Con la mirada recorrió el resto del lugar, las llamas evidenciaron las húmedas paredes, una vieja mesa, las mantas en un rincón y una extraña mancha roja en la pared. Recordó haber llorado en ese lugar, odió no poder arrebatarle aquellas fotografías y también ser su mujer.
Él lanzó un grueso montón de imágenes y un vestido negro, todo crujió. La emulsión fotográfica desprendió un olor que le crispó la piel y el aroma del vestido lo llevó de vuelta a la memoria de noches pasadas, sintió la presencia de Anna, tan cerca e inalcanzable a la vez.
Un súbito calor recorrió su espalda y desde aquel escalón que la aprisionaba, Anna presenció como el último resplandor de su existencia se apagaba.
Él cerró los ojos e hizo un esfuerzo por verla una vez más colmada de vida, recordó sus facciones bellas y tersas mientras iban demudando en el rostro gris que deja la muerte... soltó una risita.
La puerta se azotó y arriba la casa gruñía de vacío, pero él sentía una sutil satisfacción. Regresó hacia la escalera y antes de subir el primer escalón cayó sobre sus rodillas con la cara oculta entre las manos:
—¿Por qué lo hice? —se preguntó.
Detrás, el fuego crecía de tanto pasado.
Anna ofreció su mano, él nunca la vió al ponerse de pie. Luego cruzó todo su cuerpo y subió los 88 escalones mientras la confundida mujer se giraba para seguirlo.
En otra habitación, frente al escritorio, intentó escribir la última carta. Presionó la punta sobre el papel, el tiempo pausó, sus lágrimas temblaron mientras las fibras blancas chupaban la tinta y su aliento.
Anna lo contempló con ingenua esperanza: ¿acaso volverían a estar juntos como al principio? Antes de los 88 escalones, la oscuridad y la mancha roja.
Deslizó su anillo y lo colocó sobre la carta. Él nunca lo vió.
En un arranque sacudió el escritorio, el frasco entero se derramó sobre el papel, la mancha oscureció su juicio. Una negra soledad envolvía todo, y entonces abrió un cajón.
Muy abajo, el fuego consumía la última fotografía, un vestido y todo lo que alguna vez fue.
*Texto publicado originalmente en la antología Hueco. Vol II.