Mis recuerdos fueron quitados de la pared, cada fotografía de mis parientes que fueron edificados a los alrededores ahora están en una caja de cartón. Mañana se sellará mi destino, cada habitación está llorando todo el polvo que les provocó el abandono, no he podido consolarlas. Tengo mucho miedo.
Me da pesar por el Sr. Jacinto, no sé lo que hará ahora si la mayor parte de su vida la dedicó a mi cuidado, ya tiene sus años, no creo que le den trabajo en otro lugar. Ahorita se emborrachó con el alcohol del botiquín. Está detrás del mostrador. Si no se muere de tristeza esta noche, será después.
Se llevaron todo, las mesas de madera donde mis amigos octogenarios jugaban dominó, las sillas coquetas donde se sentaban las milongueras esperando a que las sacaran a bailar en la siguiente tanda. Mi piso bicolor extrañará sus pasos como su movimiento que siempre iba en contra de las manecillas del reloj, ojalá hubieran podido regresar el tiempo a esos ayeres donde todavía tenía un propósito que enaltecía el espíritu, o al menos, cuando era feliz. Ya no vendrán jóvenes a tomar clases de música o de baile, o a ‘echarse la pinta’ para jugar un partido de billar, ya no habrá más tango para mí a la luz de las velas. Se llevaron el vitral donde estaba mi nombre: Círculo Leonés, al menos está plasmado en el primer escalón de la entrada, por si algún curioso desea investigar sobre mí y así permanecer con vida en la memoria de unos cuantos.
Ya amaneció y están llamando a la puerta, don Jacinto no está en buen estado, pero aun así se dirige a abrir, entregó las llaves, se fue cabizbajo y jamás lo volví a ver. No quiero saber lo que hay dentro de esas cajas enormes que están descargando, también hay cuerpos fríos envueltos en plástico, ¿acaso enterrarán aquí a sus muertos? Hasta que le escuché decir a un empleado: —Los maniquís van aquí, los colgadores y las perchas allá—. Fue una mañana muy larga y con mucho movimiento, sacaron tantas prendas que pensé que no habría espacio para lo que realmente soy, y así sucedió: ¿Una tienda de ropa? Así es, y con pasillos reducidos e improvisados como el criterio de quien permitió tal atropello. Lloré tanto ese día que mi hermana, la cuata, me permitió recargarme aún más en ella y con tono compasivo me susurró —Ya te acostumbrarás—.