El arte escénico, con todos sus formatos y variantes, ha sido el camino a andar en la vida de Luis Martín Solís, consagrado director escénico en nuestro país, originario de León, Guanajuato.
Su encuentro con el arte sucedió durante la preparatoria. Su presencia y participación en el grupo de teatro le permitieron descubrir parte del mundo escénico a través de los festivales internacionales de pantomima que llegaban al estado; después de disfrutar varias ediciones comenzó a involucrarse en el ámbito teatral en Casa de la Cultura, eso, aunado a todo lo que observaba y aprendía de la gran oferta del Festival Internacional Cervantino, fue suficiente para encontrar su lugar y definir, sin ninguna duda, su vocación.
“A veces la realidad es insoportable y la ficción permite elaborar universos a tu imagen y semejanza. He encontrado en la escena el vehículo adecuado para poder ir transitando en esta vida, creo que a partir de haber conocido la escena, no solo el teatro, ha sido una parte muy rica de cómo puedes irte relacionando tanto con la existencia como con la sociedad y con las personas”.
Así, junto a Maribel Carrasco y Carlos Jaime, creó Teatro Mito (1985), donde desarrolló espectáculos para niños y jóvenes, implementando el teatro físico (una constante que aún mantiene vigente). La agrupación participó en ISSSTE Cultura, programa nacional que, gracias al movimiento cultural de aquel entonces, les permitió dar a conocer su labor y, en 1988, ser reconocidos con el Premio Nacional de la Juventud.
“Te hablo por ejemplo que de las dos primeras veces que dirigí, dimos aproximadamente 150 funciones de cada una, anduvimos como tres años y medio, le dimos vuelta y media al país; entonces éramos tres chavos de veintitantos años en gira permanente durante casi cuatro años, eso se podía hacer en los años 80. (ISSSTE Cultura) fue nuestra posibilidad de profesionalización, de poder andar por todas partes, por todo el país y, por supuesto, que también nos presentáramos en festivales y muestras nacionales”.
A partir de entonces su vida cambió. Su participación, junto a Maribel Carrasco, en la obra Yourcenar o cada quien su Marguerite (1989), de Jesusa Rodríguez, fue el inicio de una nueva etapa en Ciudad de México. Teatro Mito continuó con ellos dos, ahora realizando producciones con nuevos elencos y, sobre todo, desarrollando una poética de un tipo de teatro que a fines de los 80 y principios de los 90 apenas se empezaba a realizar en México.
“Llegamos siendo muy chavos a poner también bases de lo que es este teatro que no buscaba un perfil didáctico, sino que buscaba un perfil de una comunicación con ese joven público donde no les vas a enseñar nada, no los vas a adoctrinar, no les vas a decir que sean buenos hermanitos, que se laven los dientes, no les vas a hacer un teatro como el que se está haciendo ahora. Estamos en una regresión histórica con el teatro que actualmente se está haciendo para niños, que es un teatro de buenas conductas, de políticas correctas, aquel era un teatro que hablaba de tus mismos miedos, de tus mismas necesidades y carencias, y las compartes”.
Montajes como El pozo de los mil demonios (1992), La legión de los enanos (1995), La verdadera venganza del gato Boris (1997) y Kasperle o las fantasmagorías del doctor Fausto (1999) marcaron un parteaguas en lo que se hacía en el país, con una visión distinta sobre las infancias y las juventudes aportada por este dúo que separaría sus caminos en el año 2000.
“Fueron 15 años de trabajo y creo que se concluyó una etapa; nos costó a ambos mucho trabajo seguir ya por nuestro rumbo porque habíamos logrado un lenguaje y habíamos crecido juntos. Nosotros no tuvimos formación académica, fuimos haciendo cursos, estudiando con maestros, pero no pasamos por una escuela; somos autodidactas, pero fue un autodidactismo acompañado”.
Su camino en solitario le permitió encontrar un gran número de profesionales y construir equipos sólidos, tal como la constante y fructífera colaboración de más de 15 años con Erika Torres, bailarina, coreógrafa, escritora y diseñadora; así como con el escenógrafo Chucho Hernández, el iluminador Rafa Mendoza, y los músicos Joaquín López Chapman, Víctor Rasgado, Daniel Catán y Carlos Jiménez Mabarak, entre otros.
En 2008, después de más de 10 años de no haber tenido contacto con el mundo artístico de Guanajuato, Luis Martín regresó (junto a Carrasco) con una segunda versión de La legión de los enanos y formar parte del Festival Internacional de Arte Contemporáneo (FIAC) y del Festival Internacional Cervantino. Desde entonces su presencia y participación ha sido constante mediante proyectos de ópera contemporánea, ópera siglo xxi, teatro y el Proyecto Ruelas del FIC (2014 - 2019), de donde surgió el trabajo con adultos mayores que continúa en la actualidad.
“Ha sido una experiencia muy interesante echarle el ojo tanto a la dramaturgia internacional que toca esos temas como a montajes de amigos y que me parece que han tenido muy buenos resultados, y los que yo he realizado a lo largo ya de casi 9 años, ahí hay un trabajo de investigación y de reflexión sobre un campo de la sociedad y de experiencias de vida que nos afecta a todos (...) Creo que dentro de lo último que he hecho ha sido una de las cosas más interesantes que me he permitido como un trabajo más fino de percepción de escena y de texto, aún cuando no son actores profesionales”.
Para este 2022, vuelve al estado con El coleccionista de nubes como parte del programa del 50 aniversario del Festival Internacional Cervantino, una idea original que se volvió una coproducción entre el FIC, la UG y la Fundación Ruelas.
La obra es un homenaje al maestro Enrique Ruelas, provocador de vocaciones, carácter intrínseco en la historia, destaca Luis Martín. En ésta participarán artistas guanajuatenses en su mayoría: actores, cantantes, músicos, bailarines; a través de ésta se busca también echar ojo a 50 años de teatro y danza, al “exceso de orgía escénica que ha sido el Festival Cervantino”, y agradecer así a quien dotó de nueva vida e identidad a la ciudad y al estado de Guanajuato.
“Hemos tenido la posibilidad de ver lo mejor del mundo en un solo festival, y eso es algo que hay que celebrar. (Yo) creo que llegar a medio siglo es una cosa única; entonces, este proyecto habla de todo eso y al mismo tiempo es un disfrute y un homenaje a la escena y a los creadores escénicos, teniendo a Ruelas como ese gran provocador de esta historia”.
Luis Martín pertenece a una generación de cambio, una que llegó a principios del siglo xxi, después de un periodo prácticamente inexistente, originado, asegura, por el poder y labor de los grandes maestros de aquel entonces; el trabajo e ímpetu de estas visiones emergentes y el apoyo a las producciones permitieron una renovación de formatos escénicos, estéticas totalmente distintas a las existentes, como ahora sucede con nuevas generaciones.
Después de un camino de más de 30 años de experiencias, aún queda mucho por recorrer: hacer una versión teatral del Ramayana, un Don Giovanni, coreografiar más, hacer una ficción cinematográfica expresionista, un cabaret… Su desarrollo ha sido progresivo, ha sumado de a poco las virtudes de elementos escénicos y la multidisciplina, siempre con un punto de vista que no coincide con lo institucional, afirma.
“Lo más importante es que en la creación todo se puede; no puedes ponerte límites, no puedes ponerte restricciones, no puedes dudar. No importa que te equivoques. Tienes que poner parte de lo que eres para que eso tenga sentido, si no pones parte de lo que eres, parte de tu historia, no tiene ningún sentido hacer o decir lo que digas, porque puedes tirar un choro enorme pero si eso no tiene que ver contigo no es verdadero”.